Jeremy Rifkin, uno de los más influyentes pensadores del momento, expone cómo debería ser la economía y la política de la etapa protagonizada por la tercera revolución industrial: “En el próximo medio siglo, la organización jerárquica tradicional del poder económico y político cederá su lugar al poder lateral organizado de forma nodal a lo largo y ancho de la sociedad.” Para él, ante la creciente complejidad de esta sociedad del siglo XXI, los entornos que van a ser más competitivos son aquellos que dediquen sus esfuerzos a la creación de sinergias entre los distintos agentes. No se trata solamente de lo que suele calificarse como economía colaborativa, se trata de la conformación de un clima de confianza entre sector público y sector privado con el objetivo de articular proyectos comunes y de tomar decisiones de forma transparente y participativa.
Frente a esta tesis, que uno presume va a ir ganando adeptos en nuestros tiempos, afloran comportamientos de marcado cariz resistencialista que podrían calificarse como neo jacobinistas. Para sus defensores, ante las dificultades de interpretar la complejidad, de dialogar con los agentes sociales y de compartir decisiones, no cabe otra salida que la recentralización: retomar las riendas, acallar las disidencias, jerarquizar antes que dialogar.
El ámbito de la provisión de servicios públicos y de la gestión de las infraestructuras no resulta ajeno a este debate. Gestión centralizada o individualizada de los aeropuertos. Puertos autónomos o puertos del Estado. Red radial de ferrocarriles o Corredor del Mediterráneo. Liberalización ferroviaria o trabas a la competencia…
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